jueves, 24 de mayo de 2012

Una parábola y un cuento.

  Hola chic@s, hola niñ@s. Voy a escribir una parábola para todos vosotros. Está dedicada a todos , da igual vuestra edad. Allá va:

PARÁBOLA DE LA BICICLETA

  Había una vez un@ niñ@ con la edad adecuada para montar en bici. Se la habían regalado sus abuelos. La tenía guardada en el garaje, y sólo estaba esperando a sentirse segur@  para empezar a utilizarla. Cada día la miraba de arriba a abajo, se fijaba en sus partes: las ruedas, el sillín, el manillar, la bocina, el pequeño faro,... pero no se atrevía a montarla. Todavía no.

   Hasta que llegó el día en que sintió que sus padres le miraban de manera diferente. Con sus palabras parecían decirle que le consideraban capaz de muchas cosas, ¡hasta de montar en bicicleta! , pensó para sí. Así que se fue al garaje, y le quitó el polvo que había acumulado. Pasó una pierna por encima del sillín e intentó sujetarse apoyando un pie en una caja de bebidas grande. Bien. Desde ahí arriba se veía todo ...diferente. Como si fuese dueñ@ de algo. De la bici, del garaje, o de su propia vida.

   Como era una persona sensata, salió del garaje y se fue a buscar a sus padres. Quería que le enseñasen a montar. Papá no podía, estaba cortando el césped. Mamá dejó de plantar su enredadera preferida y se dispuso a ayudarle.

  Después de varias clases, caídas, arañazos y enfados ( mamá tuvo que  alternarse con papá, porque ninguno tenía mucha paciencia) , ¡por fin había aprendido a montar en bicicleta!
Pedaleando, pedaleando, se recorría el barrio entero todas las tardes. ¡Qué sensación de libertad! ¡Qué divertido! Era el mejor invento del mundo. Más que el bocadillo de jamón con tomate, más que esconderse en el armario de la limpieza a comer galletas rellenas de chocolate, más que todos los aparatos electrónicos con los que jugaba a diario ( que le estaban poniendo el culo gordo),...más que, ¡jopé, cómo corría con ese trasto!

  Así pasaron muchos días. Hasta que uno de ellos, entró en el garaje y se preguntó qué veía  diferente en su bici ese día. Las ruedas estaban en su sitio. El sillín también, con ese rasguño que se hizo al caerse de lado contra el árbol del vecino. El faro, bien. "No sé", pensó. Pero no se le pasaba la inquietud.

   Estuvo todo el día preocupad@ con su bici. No sabía qué era, pero no tenía ganas de montar. Hasta que vió al hijo de la mejor amiga de mamá pasar. Eso era una bici. Tenía dos, dos retrovisores, y un faro espectacular, grandíiiisimo. Tenía que alumbrar por lo menos desde su casa  hasta la escuela , y estaba tan lejos que tenían que llevarle en coche. Y no era de un solo color. Tenía pintadas o pegadas palabras y dibujos muy chulos, por lo menos undostrescuatro...cinco dibujos. Su bici era una castaña en comparación con esa.

Así que decidió pasar a la acción, y durante muchos, muchos días se dedicó a buscar en su pequeña hucha, hacer pequeños favores a sus padres a cambio de dinero, sonreír mucho a los abuelos a ver si le daban "algo", y así recopilar el dinero necesario para hacer de su bici algo más decente.

Consiguió el dinero y fue con sus padres a una de esas tiendas donde parece que toda la ciudad es deportista y se pasa el tiempo haciendo algún deporte, sin comer, ni dormir ni trabajar, ni nada. Había de todo, así que después de arduas decisiones, se llevó a casa todo lo que le dio el presupuesto de sí.

En el garaje, con la ayuda de papá y mamá, que seguían alternándose porque seguían sin paciencia, colocó el nuevo faro. Grandioso. Los dos retrovisores, uno de ellos más grande, para controlar bien todo el lado izquierdo, por donde pueden adelantarte los coches. Un sillín nuevo, más grande, de color amarillo reflectante, por sí montaba de noche. Teniendo en cuenta que la bici era verde, quedaba espectacular.Y no te digo nada cuando puso las siete pegatinas. Parecía un grafitti con ruedas. 

  Deseando estrenar su "nueva "bici, al día siguiente se puso sobre ruedas. Qué orgullos@ se sentía montando por las calles del barrio. Si le viese su vecino..., el de los retrovisores raquíticos.

  Iba embelesad@ con los adornos, satisfech@ con el grosor mullido del sillín, con ganas de comerse el mundo a toda velocidad, pero no vió el perro color canela que le salía por la derecha ( qué pena no haber comprado también un avisador canino), así que chocó contra él y salió despedido por encima de su flamante bicicleta.

  Toda la tarde en el hospital. La bici quedó aplastada bajo las ruedas de la furgoneta que iba detrás y que frenó de golpe para no atropellar niñ@ y perro. Sus padres le miraban con ansiedad en los ojos.Esperaban que el golpe en la cabeza no fuese grave, porque se habían olvidado de comprar el casco, que por lo visto era lo más importante. Es que como en la época de los padres no se llevaba eso...

  Tras unos días de reposo y un buen parte médico, por fin se pudo ir a casa. Los restos de la bici estaban en el garaje, pero el dolor de cabeza le hizo reflexionar . ¿Era o no una persona inteligente? Entonces, ¿qué había estado haciendo?

  A partir de ese día  nuestr@ amig@ comenzó a ahorrar de nuevo para tener otra bicicleta. La anterior estaba inservible. Sólo pudo recuperar algunas pequeñas piezas. Decidió que se compraría una bici  con los elementos básicos que le siguieran ayudando a disfrutar de ella , pero sin más tonterías. Se compraría un casco, y sobre todo, pondría todos sus sentidos en observar todo aquello que pudiese entorpecer su circulación. Después de todo, lo más importante era ell@, quien dirigía la bicicleta y la hacía correr a velocidades vertiginosas por las calles de la ciudad. La bicicleta era sólo el instrumento de su alegría, y de ell@ dependía que anduviera o se estuviera quieta, así que con ese pensamiento en la cabeza, se dispuso a disfrutar de un nuevo día.




                                                                                              7 de Junio de 2012


CUENTO PARA NIÑOS Y GIGANTES

  ¿Alguna vez te has preguntado por qué no te gusta la verdura? ¿Por qué prefieres comer solamente pizza y hamburguesa, además de helados y chuches en lugar de zanahorias y lechuga?  Eso mismo se preguntaba Tina, la protagonista de este cuento, hasta que conoció a un amigo muy especial: nada menos que un gigante. ¿Quieres conocerlos a ambos, además de a su hermano Santi y su perrita Kay? Lee entonces esta historia y empieza a disfrutar de la fruta y la verdura, ¡ tu cuerpo te lo agradecerá!, y ¿quién sabe? A lo mejor tu también haces nuevos amigos de gran tamaño:







BORDO, EL GIGANTE

CAPITULO I

  Bordo era un gigante, pero no un gigante cualquiera. Tocaba la flauta, era buen cocinero, cuidaba las rosas de su jardín..., hacía innumerables   cosas,   pero, lo  que  más me  gustaba  de él  eran su
sonrisa  y su gran corazón.
  Me llamo Tina ( porque Cristina es muy largo) . Vivo en Madrid, en un barrio muy bonito rodeado de parques. Tengo  siete años, y soy muy feliz, porque conozco a un gigante ( un gigante de los de verdad) y es mi amigo.
         Cerca de mi ciudad hay montañas, bosques, valles y llanuras, lagos y ríos, paisajes que en invierno se llenan de nieve y en primavera lucen sus más vistosos colores.
         En uno de esos bosques conocí a Bordo.
 Los  fines de semana, mis padres, mi hermano Santi (Santiago también es largo) y yo vamos a casa de mis abuelos, al pie de las montañas.
 Son unas montañas muy curiosas, llenas de rocas redondeadas, picudas, aplastadas,... si las miras, empiezas a imaginar mil historias. A veces encuentras rocas que tienen forma de elefante, de gorro de enano, de animal agazapado, o de lo que te imagines en ese momento. Santi dice que ha visto un indio siguiendo nuestros pasos, escondido entre las rocas, en más de una ocasión.
        Cuando vamos a casa de mis abuelos, nos gusta salir por las tardes a pasear. Mamá se dedica a hacer la comida con la abuela, papá lava los coches con Santi, el abuelo arregla trastos rotos, y a mí no me queda más remedio que sacar los pinceles y pintar aburridos paisajes de colores, que todos dicen que me salen muy bonitos. Nadie me deja que les ayude, porque soy la pequeña de la casa.
        Un día dibujé un gigante. En el cole habíamos leído la historia de uno que se hacía amigo de un niño. Era un gigante egoísta, o algo así. Me gustó mucho, y lo dibujé en mi cuaderno. Le pinté con muchos colores y se lo enseñé, con orgullo, a mi madre.
-         Muy bonito, Tina. Es realmente bonito. ¡Cuánta imaginación tienes! Porque tú sabes, Tina, que los gigantes no existen, ¿verdad?.
-         Sí existen, ayer la señorita nos contó el cuento de un gigante egoísta...
-         Sí, pero eso sólo era un cuento.
-         En los cuentos también hay conejos, y árboles, y granjas, y niños..., y todos existen.
-         No todo lo que nos cuentan en los libros es real, a veces forma parte el mundo de la fantasía.
-         No sé, mamá. Me encantaría conocer a un gigante, y que fuese mi amigo.
Mamá me miró con una mezcla de amor y simpatía, y creo que con un poquito de lástima, me dijo:
-         Bueno, hija, a lo mejor tienes razón y los gigantes existen. Es posible que vivan en algún país lejano y por eso yo no haya visto nunca ninguno. O a lo mejor viven escondidos en el bosque para que nadie les moleste.
A lo mejor... _ dije yo con un hilo de voz, imaginando a un amigo gigante que me sonreía y me daba la mano con un fuerte apretón, guiñándome uno de sus grandes ojos.
  

CAPITULO II

Una de las tardes en que, estando en la casa de mis abuelos, los mayores decidían que era el momento de salir a pasear por el bosque, empezó esta aventura.
        Era primavera, el cielo estaba azul y el sol lucía con todos sus rayos, iluminando el lago que se ve desde la terraza de la casa. ¡Cuántos pájaros, cuántas flores, y cuántos insectos había alrededor nuestro!
        Nos montamos en el coche para acercarnos a la zona que más nos gusta, cerca del río, justo al pie de las montañas.
        Recogimos la bolsa de basura que nos dan a la entrada del bosque para que al volver la entreguemos llena, aunque no sé cómo la íbamos a llenar, si no llevábamos comida como otros excursionistas. Estuve a punto de decírselo a mi madre, que la cogía con una sonrisa de manos del  guardabosques, pero pensé que a lo mejor le gustaba coleccionarlas, pues luego las llevaba a  casa y las ponía todas juntitas en un cajón de la cocina. Yo la entendía, porque a mí me pasaba lo mismo con los botones. No sé cómo la gente puede perder tantos y que no se les caiga la ropa por el camino.
        Normalmente llegábamos con el coche hasta unos árboles, aparcábamos y empezábamos a andar, buscando un paisaje agradable donde pararnos a charlar un rato, buscar ardillas, recoger flores o tirar piedrecitas al río. Ese día mi padre decidió dirigirse hacia una zona nueva. Paró el coche y bajamos todos con mucha alegría. Kai, la perrita de mis abuelos, ladraba entre nuestras piernas, y saltaba tan alto que parecía que la habíamos adiestrado en un circo.
        Mi hermano Santi era el único que tenía cara de aburrido, pues no le habían dejado llevarse la pelota para jugar al fútbol y sin ella, su vida no tenía ningún sentido, o al menos eso decía él.
        Comenzamos nuestro paseo escogiendo un camino que se veía entre los árboles.

  

CAPITULO III

        El paisaje no podía ser mejor: pájaros cantores, hierba verde para sentarse, misteriosas pisadas de caballo por todas partes... Un entorno prometedor, que fue estropeado por un estornudo de Santi, que todas las primaveras tenía el mismo problema.
-         ¡Jesús! _ dijimos a una toda la familia (menos Kai).
-         De nada, de nada _ y vuelta a estornudar.
Entre risas y estornudos llegamos a un claro, donde los abuelos dijeron que necesitaban descansar un rato. Santi y papá empezaron a jugar a que eran piratas y habían escondido un tesoro por alguna parte. Mamá empezaba también a recoger flores para hacer un gran ramo, y yo me preguntaba qué habría detrás de unas grandes rocas con forma de seta que veía a lo lejos. Así que decidí ir a investigar; total, estaban todos entretenidos.
¡Qué barbaridad! ¿Quién movería estas rocas  para traerlas hasta aquí? ¿O serían setas de verdad que se habían petrificado con el paso del tiempo? Claro que, unas setas un poco grandes. Si me las pone mamá para cenar, tengo para dos meses y medio. Siempre me dice que como a la velocidad de las hormigas... ¡¡Crass!!
Oí un ruido justo detrás de mí, entre los árboles, pero no había nadie. Sí, sí había; era una ardilla de color castaño, con pelos de revoltosa, que nada más verme se subió a un árbol y empezó a mirarme con ojos de susto.
-         Ven, ardillita. Baja, que no te voy a hacer daño. Sólo quiero acariciarte.
Pero en vez de hacerme caso, que era lo más fácil, de un salto se fue al árbol de al lado. Dí unos pasos, me puse debajo de ella, y volví a insistir:
-         Baja, ardillita, mira, por aquí. Si es muy fácil.
Otro salto. Cada árbol que escogía nos íbamos adentrando más en el bosque. Yo no me daba cuenta, pero parecía que el resto de la familia tampoco.

Cuando la ardilla se cansó de mirarme, dio varios saltos seguidos y desapareció de mi vista. Entonces me dí cuenta de que estaba sola , y empecé a asustarme.
Pero estaba decidida a no llorar.
  

CAPITULO IV

Quería ser valiente, pero es que era muy difícil. Estaba sola en el bosque, rodeada de árboles y de piedras. ¿Por dónde había venido? Después de observar durante un rato alrededor mío, suspiré con alivio: ¡¡Uff!! Había encontrado el camino de vuelta.
Empecé a andar tan contenta. ¡Qué poco rato había estado perdida! ¡Qué suerte!
Sin embargo, me quedé sorprendida al llegar ante unas grandes rocas que no recordaba nada de nada. No tenían forma de seta, ni siquiera de champiñón. ¿Dónde estaba ahora?
Mientras, el resto de la familia se había dado cuenta de que llevaban mucho tiempo sin verme, y habían empezado a buscarme convencidos de que estaba cerca de allí. La primera en ponerse nerviosa fue Kai, que no paraba de ladrar.
Las grandes rocas formaban una extraña figura como de serpiente, una serpiente gigante, eso sí. Y la última de ellas acababa en una punta redondeada que se continuaba con una línea de piedras medio enterradas en el suelo que parecían un camino.  Como no sabía hacia dónde ir, empecé a seguirlo. Claro, que algunas piedras apenas se veían, y tenía que quitarles la tierra de encima con la punta de mis deportivas. ¡Qué aventura! ¿A dónde me llevaría el misterioso camino empedrado?
Me llevó al pie de una montaña enorme, hecha de rocas redondeadas, sin apenas árboles ni hierba. Me recordaba a las películas de indios y vaqueros.
Pero, ¿qué era aquello? En una de las rocas que tenía más cerca había algo escrito. Casi no lo entendía, porque estaba muy sucio y borroso. A ver, a ver: “MANSIÓN DEL DIAMANTE GORDO”. ¡Ahí va, si me voy a hacer rica! Me parece raro, no tiene pinta de museo: “MANSIÓN DEL GIGANTE BORDO”. Pues anda que ahora. Si los gigantes no existen... Sí, pone eso, no hay duda.

CAPITULO V

¡Un gigante! Con las ganas que tenía de conocer uno. ¿No será una broma de algún gracioso? Ahora que lo pienso, seguro que sí. ¿Cómo van a existir los gigantes? Si me lo dice mi madre todos los días...
 Espero que papá y mamá me estén buscando, y a ver si me encuentran ya, porque en el fondo tengo un poco de miedo. ¡Puff!, como haya un gigante de verdad, no me van a creer, seguro, seguro.
Así era: mis padres, mis abuelos, Santi y Kai ya habían empezado a buscarme en serio, ¡y estaban más asustados que yo!, pero porque no me encontraban, no porque hubieran visto un gigante. Y, claro, como nadie les había enseñado nunca a seguir las huellas de pisadas... En ese momento, un buen guía indio les habría venido muy bien.
Me pareció oír música. ¿Música? ¿Aquí? Cuando oigo música no me puedo contener, mi cuerpo se mueve solo, me siento tan ligera como una mariposa. ¿Suena dentro de la montaña? Sí, suena dentro, pero, ¿cómo se entra?.
Empecé a tocar la roca buscando una manivela, o algo parecido, porque si allí había un gigante que oía esa música, no podía ser muy malo. ¡Ya está! Al tocar la inscripción, se hundió hacia dentro y, con un suave movimiento, una roca se deslizó sobre otra, dejando un enorme hueco, tan enorme como un elefante..., ¡ o dos!.
En el interior había un jardín con las flores más bonitas que había visto nunca (y eso que había visitado el Real Jardín  Botánico de mi ciudad con mis compañeros de clase), el sol brillaba, y seguía oyéndose esa fantástica música. Pero yo seguía fuera. No me atrevía a entrar.


CAPITULO VI

La música sonaba rítmicamente. No entendía mucho, pero parecía un solo instrumento.
Al final, me decidí a entrar.
Cuando lo hice, sonó un suave chasquido, y la puerta se cerró sola, quedándome allí dentro con cara de asombro, mirando todo a mi alrededor.
Y entonces, le vi. Estaba sentado al pie de un árbol (sí, de un árbol), tocando una flauta enorme. Pero es que él era más enorme todavía. Tenía la cara más bien redonda, ojos con grandes pestañas, dos orejas puntiagudas con dos o tres pelos en cada una y una bonita melena color naranja. Su cuerpo era peludo, y sus manos y pies no necesitaban guantes o zapatos. Parecían fuertes y resistentes, ¡ y también tenían pelos!.
-         Hola, me llamo Bordo. ¿Cómo has entrado?
Os aseguro que casi me desmayo del susto. ¡ Vaya voz tan potente! Y yo que creía que no me estaba viendo mientras le observaba con tanto detalle, sin hacer ningún ruido.
-         Bu..., buenas. Me llamo Tina. He entrado por esa puerta. Es que me he perdido,  he oído una música muy bonita, he buscado la entrada, y...
-         Ya sabía yo que el día que quitara los árboles de delante de la puerta iba a poder verla cualquiera. ¡Hasta una niña pequeña como tú!
-         ¿Por qué quitaste los árboles?
-         Eran muy bonitos, y ocultaban la entrada perfectamente, pero sus raíces habían llegado hasta mi jardín y mis plantas y árboles frutales se estaban quedando sin agua. Así que tuve que elegir. Pero los llevé a otra zona del bosque para plantarlos de nuevo. Soy gigante, pero no soy tan egoísta (¿de qué me sonaba a mí eso?). Además, era una familia completa: el padre, la madre, dos hijos y el abuelo. No, no podía ser tan cruel.
-         Oye, gigante, digo, Bordo, ¿vives entonces aquí?.
-         Sí. Esta es mi casa, el interior de toda esta montaña. Hay zonas donde tengo luz del sol porque hay un hueco arriba, ¿lo ves? _ y dirigió sus grandes ojos hacia el cielo.
Tina estaba tan entretenida escuchando al gigante, que no se daba cuenta de que las horas iban pasando y su familia continuaba buscándola sin descanso.



CAPITULO VII

El más nervioso de todos, por lo visto, era papá. Había cogido el teléfono móvil del bolsillo de su camisa y se le había caído al suelo dos veces, para luego comprobar que no tenía cobertura, así que se fue al coche acompañado de mamá, más que nada para asegurarse de que en un tiempo razonable llegase al pueblo más cercano, que estaba a dos kilómetros, y no se perdiera dando vueltas por caminos forestales.
Mientras tanto, los abuelos y Santi, acompañados de la fiel Kai (que  hasta ahora había sido la más lista, pues había sido la primera en darse cuenta de mi ausencia, y cuando todos andaban como locos buscándome, ella se tumbó al lado de un árbol a ver las idas y venidas de unos y otros) se quedaron en el claro.
Fue Santi quien descubrió  algunas de mis pisadas, quizá porque un niño de nueve años está más acostumbrado a investigar y descubrir cosas que sus abuelos.
-         Mirad. Esto son huellas pequeñas, y en la suela de las deportivas de Tina hay una pezuña en relieve. Seguro que son estas. Vamos a seguirlas.
-         De eso nada _ dijo el abuelo _ Yo de aquí no me muevo. Y vosotros tampoco. Hay que esperar a que vengan tus padres. Han ido a pedir ayuda. A ver si nos vamos a perder también nosotros.
-         Es verdad, Santi _ dijo mi abuela _  En cuanto vengan, les contamos lo que has descubierto, pero ahora tenemos que esperar aquí.
Menos mal que tardaron poco en llegar con dos guardias civiles, que llevaban unos intercomunicadores chulísimos, e hicieron dos grupos: en uno iba el guardia más joven con el abuelo, papá y Kai; en el otro iba el guardia más mayor, con mamá, la abuela y Santi. Pero Kai decidió cambiarse de grupo, lo cual fue decisivo para encontrarme, ya lo  veréis.
El grupo en el que iba Santi, comenzó a seguir las pequeñas huellas de  pisadas con una garra en su interior. 



CAPITULO VIII

El gigante estaba encantado con tener visita. No recordaba haber  enseñado nunca a ninguna niña su casa ( bueno, a ningún ser humano). Sólo se la había enseñado a otros gigantes.
-         ¿Tienes amigos gigantes como tú? _ pregunté asombrada, imaginándome a Bordo con varios amigos, o con novia.
-         Claro, dentro de cada montaña vive un gigante, o una familia entera. A veces viven incluso los abuelos y los tíos, y entonces se van a vivir a una cordillera, para estar más cerca unos de otros.
-         ¿ Y tú? ¿Por qué vives solo?
-         Porque ya soy mayor, y me he independizado de mis padres. Pero tengo dos hermanas, y sobrinos, ¡Buff!,  a veces son demasiada familia para la tranquilidad que a mí me gusta.
-         Yo también tengo un hermano. Se llama Santi. Y tengo una mamá, un papá, un abuelo, dos abuelas, tíos,...
-         Para, para, no sigas. Ya veo que no estás sola en el mundo. Oye, ¿ tienes hambre?
-         Sí, mucha, aunque te advierto que soy un poco lenta comiendo. ¡ Voy a la velocidad de las hormigas! Eso dicen mis padres.
-         No importa. No hay prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo. ¿ Te gusta cocinar?
-         Me encanta. Santi y yo ayudamos mucho a mamá a hacer la comida y la cena, sobre todo cuando hay besamel y mamá nos deja comernos la que se queda pegada a la cuchara.
-         Eh..., bueno, no te he dicho que yo sólo como fruta y verdura. ¿ Ves mi jardín? En él siembro todo aquello que necesito para alimentarme. Hay coliflores, lechugas, tomates, berenjenas, calabacines, repollos, puerros, calabazas..., y árboles frutales. Gracias a ellos tengo peras, manzanas, nísperos, naranjas, cerezas..., tengo incluso un pequeño invernadero con frutas como chirimoyas, plátanos, papayas, mangos y kiwis.
-         A mí la verdura no me gusta mucho, y la fruta..., depende.
-         ¡Ah, ya sé! Prefieres la pasta, los dulces, las hamburguesas y cosas semejantes. Para eso tenías que haberte encontrado con “ La casita de chocolate” del cuento, porque aquí no hay nada de eso, y te aseguro que no me hace ninguna falta. Tengo un estómago a prueba de bombas y estoy lleno de energía. Toca, toca _ y me acercó uno de sus brazos para que notase lo fuerte que estaba, como si no se notara a siete leguas.
-         Sí, estás muy fuerte, pero sigue sin gustarme la verdura.
-         Cuando pruebes mi menú, verás como cambias de opinión _ dijo el gigante con un guiño.
Y siguieron hablando un buen rato mientras el tiempo seguía pasando.


 CAPITULO IX

El grupo en que iba Santi, seguía mis huellas con algunas dificultades, así que hubo un momento de confusión en que no supieron hacia dónde ir, y decidieron tomar una dirección totalmente opuesta a donde yo me encontraba.
Mientras tanto, en la casa de Bordo, lo primero que empezamos a hacer fue recoger fruta y verdura de la huerta para lavarla y poderla comer.
La verdad, no sé si era su compañía, pero entre bromas, historias familiares y anécdotas, la cena me pareció bastante buena.
-         ¿ Tú eras la que comía a la velocidad de las hormigas? Pues las hormigas que yo conozco son mucho más lentas que tú. A tí te veo bastante rápida.
-         Es verdad. En casa me quedo como boba mirando la tele mientras como, y he oído tanto decir que a los niños no nos gusta la verdura, que a veces no quiero ni probarla. Hay que hacer caso a los mayores.
Tina se llevó una mano a la boca y emitió un suave bostezo, pero no de aburrimiento: es que ya tenía sueño.
Bordo arregló su habitación, y llevó a su amiga a la cama. El prefirió quedarse en el jardín pensando  cómo iba a arreglárselas al día siguiente para llevar a Tina a su casa.

  


CAPITULO X

Papá, mamá y los guardias, se comunicaban en ese momento por radio para comparar sus escasos descubrimientos. No encontraban ninguna pista fiable. Sólo Kai continuaba, infatigable, oliendo todo lo que pillaba, hasta que, de repente, su colita se puso a bailar a un ritmo “supersónico”.
-         ¿ Qué te pasa, Kai? ¿Estás nerviosa? _ Santi siguió a la perrita a lo largo de un pequeño sendero _  Ven, Kai, nos vamos a perder.., pero, ¿ qué es eso? Kai, no corras tanto, espera... _ y echó a correr tras ella, seguro de haber visto a lo lejos una pequeña luz parpadeante.
Llegaron al pie de una enorme montaña, hecha de rocas redondeadas, y entonces Santi vio la inscripción: ” MANSIÓN DEL GIGANTE BORDO”. Dio unos pasos hacia delante y vio un hueco en la roca. Era como una puerta abierta que invitaba a pasar. Se asomó, un poco asustado, y encontró, colgado al lado de la puerta, por dentro, un enorme farol. ¡ Parecía el farol de un gigante! 
¿ Dónde estaba Kai? Miró a su alrededor, pero no estaba. ¿Habría entrado por la extraña puerta? No le quedaba más remedio que averiguarlo.
Con paso indeciso, entró en lo que pensó que era una cueva, pero en su lugar encontró un hermoso jardín. La perrita salió, muy contenta, de un pasillo, al fondo, y con sus gestos hizo entender a Santi que le siguiera. Como no parecía haber peligro,  éste comenzó a andar con paso decidido, y entró en una habitación “gigante”, donde había una enorme cama con un bulto encima envuelto en una sábana.
Cuando Kai saltó encima de la cama, se oyó la voz de Tina:
-         ¡Ay, Kai, bájate, no seas pesada! Todavía no es de día. Que te  saque Santi..., yo te saqué ayer..., ¡Kai! ¿Kai?  _ Tina abrió los ojos, y dio un abrazo a su perra _ ¿ Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?
-         Con la ayuda de tu sagaz hermano. Toda la familia te está buscando, incluso con  varios guardias civiles, pero te he encontrado yo, Santi “ el intrépido”.
-         ¡¡ Guau!! _ ladró Kai un poco enfadada.
-         Bueno, “Santi el intrépido y la valiente perrita Kai”, porque si no llega a ser por su instinto... _ añadió Santi acariciando la cabeza de su amiga.
-         Muy bien, habéis sido muy rápidos, pero no me habéis dado tiempo de conocer mejor a Bordo, ni tampoco me ha presentado a su familia, sólo he comido verdura una vez, y no he aprendido a tocar la flauta gigante.
Santi miraba a su hermana como si ésta hubiese perdido la cabeza. 
-         No me mires con esa cara. No estoy chiflada. Bordo es un gigante, se habrá quedado dormido por ahí y por eso no le has visto. Vamos a buscarle y te lo presentaré.
-         Tina, despierta, que estás soñando todavía, y vámonos rápido que deben estar buscándonos a los dos. Tendrán un disgusto enorme al ver que yo también he desaparecido.
-         Ya hemos desaparecido tres, contando a Kai, pero lo importante es encontrar a Bordo, a ver qué podemos hacer ahora _ y con paso decidido salió de la habitación, seguida de Santi y de Kai, que no entendían nada.

  
CAPITULO XI

-         Después de buscar en varias habitaciones, encontraron al gigante. Estaba cosiendo dos pequeñas mochilas que había sacado de un gran baúl.
-         Hola Tina, hola Santi. Veo que has sabido guiarte por el movimiento de mi farol. En este baúl guardo cosas que me encuentro en el bosque, y estas dos mochilas debieron perderlas unos montañeros. Las voy a llenar de fruta para que podáis comerla en casa con toda la familia.
Santi le miraba boquiabierto. ¡ Un gigante! ¡ Un gigante cosiendo! ¡Qué guay cuando se lo contara a sus amigos! Iba a ser famoso, a salir en la tele..., todas las chicas de la clase querrían su autógrafo. ¡ Qué suerte la suya!
-         Oye, Bordo,  _ dijo Tina _ ¿ y si nos quedamos aquí a vivir contigo unos días?
-         Imposible. Los adultos no lo entenderían. Saldríais en todos los medios de comunicación. Se hablaría de secuestro, de asesinato, de terribles gigantes que se comen a los niños y de monstruos escondidos en el bosque. Mi familia estaría en peligro. Tenéis que volver.
-         Pero _ comenzó a decir Tina entre sollozos _ yo quiero ser tu amiga, y si nos vamos, no te veremos nunca más.
-         ¡ Jo! Con lo que molaba tener un amigo gigante _ añadió Santi.
-         No os preocupéis, amigos. Seguiremos viéndonos. Cuando os acostéis todas las noches, justo antes de dormir, pensad en mí profundamente. Desead con fuerza que en vuestros sueños vivamos fantásticas aventuras, y así será. Yo me propondré lo mismo, y todas las noches nos reuniremos para salir a descubrir otros mundos y hacer nuevos amigos.
-         ¡ Qué buena idea! Pero, ¿ sólo podremos verte por la noche? ¿ Y si necesitamos contarte algo por el día? _ preguntó Santi.
-         Bueno, en ese caso..., ¡ esperad! _ y el gigante salió de la habitación, volviendo al instante con un hermosa piedra de río del tamaño de un espejo de mano, mitad blanca y mitad negra. Bordo la separó en dos partes y le dio una a cada hermano _ Cada una de estas partes representa la dualidad. El mundo está hecho de parejas: blanco-negro, positivo-negativo, noche-día, mujer-hombre..., y ambas partes son necesarias para que nuestro mundo exista. Llevadlas siempre con vosotros, y cuando realmente me necesitéis, unidlas, y allí estaré para ayudaros. Pero cuidado dónde lo hacéis, necesito un sitio un poco grande para aparecer. No creo que quepa en vuestra habitación, y puedo provocar un gran desastre si aparezco en lugares que no son de mi tamaño.
-         Muchas gracias, Bordo, _ Tina estaba encantada con su parte negra _  nos acordaremos siempre de lo grande que eres.
-         Sí, y también  de llamarte sólo cuando realmente te necesitemos _ dijo Santi acariciando su parte blanca.
-         Bien, pequeños, es hora de irnos. Os acompañaré hasta una zona del bosque donde os encontrarán fácilmente. Coged vuestras mochilas, vamos a por la fruta, y ¡andando! .

  
CAPITULO XII

Salieron de la montaña de Bordo un poco tristes, pues habrían deseado conocer más a fondo a su amigo, pero ya tendrían tiempo... Santi sujetó su piedra con fuerza y siguió los pasos del gigante, que con su farol alumbraba el camino produciendo un haz de luz que iba despertando a todos los animalitos del bosque a su paso.
Llegaron a un claro. Kai estaba inquieta, no paraba de dar vueltas de un lado para otro. Bordo miró a sus nuevos amigos a los ojos, y sin decir una palabra ( porque si lo hubiese hecho,  habría empezado a llorar, y los gigantes son muy vergonzosos) desapareció en la espesura del bosque.
Kai empezó a ladrar. Se oían voces. Santi y Tina se enjugaron las lágrimas y miraron entre los árboles. A lo lejos, varias luces se acercaban.
-         ¡ Mamá, papá! _ gritaron al unísono.
El bosque se llenó de risas y abrazos . Los guardias avisaron a sus compañeros de que los niños habían sido encontrados. Llegaron los abuelos, y comenzaron de nuevo las lágrimas .
Tina y Santi estaban a salvo, volvían a casa, pero las aventuras no habían hecho más que empezar.




                                                                   FIN

                                                                                       Elena Martín

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