A partir de ese día nuestr@ amig@ comenzó a ahorrar de nuevo para tener otra bicicleta. La anterior estaba inservible. Sólo pudo recuperar algunas pequeñas piezas. Decidió que se compraría una bici con los elementos básicos que le siguieran ayudando a disfrutar de ella , pero sin más tonterías. Se compraría un casco, y sobre todo, pondría todos sus sentidos en observar todo aquello que pudiese entorpecer su circulación. Después de todo, lo más importante era ell@, quien dirigía la bicicleta y la hacía correr a velocidades vertiginosas por las calles de la ciudad. La bicicleta era sólo el instrumento de su alegría, y de ell@ dependía que anduviera o se estuviera quieta, así que con ese pensamiento en la cabeza, se dispuso a disfrutar de un nuevo día.
7 de Junio de 2012
CUENTO PARA NIÑOS Y GIGANTES
¿Alguna vez te has preguntado por qué no te gusta la verdura? ¿Por qué prefieres comer solamente pizza y hamburguesa, además de helados y chuches en lugar de zanahorias y lechuga? Eso mismo se preguntaba Tina, la protagonista de este cuento, hasta que conoció a un amigo muy especial: nada menos que un gigante. ¿Quieres conocerlos a ambos, además de a su hermano Santi y su perrita Kay? Lee entonces esta historia y empieza a disfrutar de la fruta y la verdura, ¡ tu cuerpo te lo agradecerá!, y ¿quién sabe? A lo mejor tu también haces nuevos amigos de gran tamaño:
BORDO, EL GIGANTE
CAPITULO I
Bordo era un gigante, pero
no un gigante cualquiera. Tocaba la flauta, era buen cocinero, cuidaba las
rosas de su jardín..., hacía innumerables
cosas, pero, lo que
más me gustaba de él
eran su
sonrisa y su gran corazón.
Me llamo Tina ( porque Cristina es muy largo) . Vivo en Madrid, en un
barrio muy bonito rodeado de parques. Tengo
siete años, y soy muy feliz, porque conozco a un gigante ( un gigante de
los de verdad) y es mi amigo.
Cerca de mi ciudad hay montañas, bosques,
valles y llanuras, lagos y ríos, paisajes que en invierno se llenan de nieve y
en primavera lucen sus más vistosos colores.
En uno de esos bosques conocí a Bordo.
Los
fines de semana, mis padres, mi hermano Santi (Santiago también es
largo) y yo vamos a casa de mis abuelos, al pie de las montañas.
Son unas montañas muy curiosas, llenas de
rocas redondeadas, picudas, aplastadas,... si las miras, empiezas a imaginar
mil historias. A veces encuentras rocas que tienen forma de elefante, de gorro
de enano, de animal agazapado, o de lo que te imagines en ese momento. Santi
dice que ha visto un indio siguiendo nuestros pasos, escondido entre las rocas,
en más de una ocasión.
Cuando
vamos a casa de mis abuelos, nos gusta salir por las tardes a pasear. Mamá se
dedica a hacer la comida con la abuela, papá lava los coches con Santi, el
abuelo arregla trastos rotos, y a mí no me queda más remedio que sacar los
pinceles y pintar aburridos paisajes de colores, que todos dicen que me salen
muy bonitos. Nadie me deja que les ayude, porque soy la pequeña de la casa.
Un
día dibujé un gigante. En el cole habíamos leído la historia de uno que se
hacía amigo de un niño. Era un gigante egoísta, o algo así. Me gustó mucho, y
lo dibujé en mi cuaderno. Le pinté con muchos colores y se lo enseñé, con
orgullo, a mi madre.
-
Muy
bonito, Tina. Es realmente bonito. ¡Cuánta imaginación tienes! Porque tú sabes,
Tina, que los gigantes no existen, ¿verdad?.
-
Sí
existen, ayer la señorita nos contó el cuento de un gigante egoísta...
-
Sí,
pero eso sólo era un cuento.
-
En
los cuentos también hay conejos, y árboles, y granjas, y niños..., y todos
existen.
-
No
todo lo que nos cuentan en los libros es real, a veces forma parte el mundo de
la fantasía.
-
No
sé, mamá. Me encantaría conocer a un gigante, y que fuese mi amigo.
Mamá me miró con una mezcla de amor y
simpatía, y creo que con un poquito de lástima, me dijo:
-
Bueno, hija, a lo mejor
tienes razón y los gigantes existen. Es posible que vivan en algún país lejano
y por eso yo no haya visto nunca ninguno. O a lo mejor viven escondidos en el
bosque para que nadie les moleste.
A lo mejor... _ dije yo con un hilo de
voz, imaginando a un amigo gigante que me sonreía y me daba la mano con un
fuerte apretón, guiñándome uno de sus grandes ojos.
CAPITULO II
Una de las tardes en que, estando en la
casa de mis abuelos, los mayores decidían que era el momento de salir a pasear
por el bosque, empezó esta aventura.
Era primavera, el
cielo estaba azul y el sol lucía con todos sus rayos, iluminando el lago que se
ve desde la terraza de la casa. ¡Cuántos pájaros, cuántas flores, y cuántos
insectos había alrededor nuestro!
Nos montamos en el
coche para acercarnos a la zona que más nos gusta, cerca del río, justo al pie
de las montañas.
Recogimos la bolsa de
basura que nos dan a la entrada del bosque para que al volver la entreguemos
llena, aunque no sé cómo la íbamos a llenar, si no llevábamos comida como otros
excursionistas. Estuve a punto de decírselo a mi madre, que la cogía con una sonrisa
de manos del guardabosques, pero pensé
que a lo mejor le gustaba coleccionarlas, pues luego las llevaba a casa y las ponía todas juntitas en un cajón
de la cocina. Yo la entendía, porque a mí me pasaba lo mismo con los botones.
No sé cómo la gente puede perder tantos y que no se les caiga la ropa por el
camino.
Normalmente
llegábamos con el coche hasta unos árboles, aparcábamos y empezábamos a andar,
buscando un paisaje agradable donde pararnos a charlar un rato, buscar
ardillas, recoger flores o tirar piedrecitas al río. Ese día mi padre decidió
dirigirse hacia una zona nueva. Paró el coche y bajamos todos con mucha
alegría. Kai, la perrita de mis abuelos, ladraba entre nuestras piernas, y
saltaba tan alto que parecía que la habíamos adiestrado en un circo.
Mi hermano Santi era
el único que tenía cara de aburrido, pues no le habían dejado llevarse la
pelota para jugar al fútbol y sin ella, su vida no tenía ningún sentido, o al
menos eso decía él.
Comenzamos nuestro
paseo escogiendo un camino que se veía entre los árboles.
CAPITULO III
El paisaje no podía
ser mejor: pájaros cantores, hierba verde para sentarse, misteriosas pisadas de
caballo por todas partes... Un entorno prometedor, que fue estropeado por un
estornudo de Santi, que todas las primaveras tenía el mismo problema.
-
¡Jesús! _ dijimos a una toda
la familia (menos Kai).
-
De nada, de nada _ y vuelta a
estornudar.
Entre risas y estornudos llegamos a un
claro, donde los abuelos dijeron que necesitaban descansar un rato. Santi y
papá empezaron a jugar a que eran piratas y habían escondido un tesoro por
alguna parte. Mamá empezaba también a recoger flores para hacer un gran ramo, y
yo me preguntaba qué habría detrás de unas grandes rocas con forma de seta que
veía a lo lejos. Así que decidí ir a investigar; total, estaban todos
entretenidos.
¡Qué barbaridad! ¿Quién movería estas
rocas para traerlas hasta aquí? ¿O
serían setas de verdad que se habían petrificado con el paso del tiempo? Claro
que, unas setas un poco grandes. Si me las pone mamá para cenar, tengo para dos
meses y medio. Siempre me dice que como a la velocidad de las hormigas...
¡¡Crass!!
Oí un ruido justo detrás de mí, entre
los árboles, pero no había nadie. Sí, sí había; era una ardilla de color
castaño, con pelos de revoltosa, que nada más verme se subió a un árbol y
empezó a mirarme con ojos de susto.
-
Ven, ardillita. Baja, que no
te voy a hacer daño. Sólo quiero acariciarte.
Pero en vez de hacerme caso, que era lo
más fácil, de un salto se fue al árbol de al lado. Dí unos pasos, me puse
debajo de ella, y volví a insistir:
-
Baja, ardillita, mira, por
aquí. Si es muy fácil.
Otro salto. Cada árbol que escogía nos
íbamos adentrando más en el bosque. Yo no me daba cuenta, pero parecía que el
resto de la familia tampoco.
Cuando la ardilla se cansó de mirarme,
dio varios saltos seguidos y desapareció de mi vista. Entonces me dí cuenta de
que estaba sola , y empecé a asustarme.
Pero estaba decidida a no llorar.
CAPITULO IV
Quería ser valiente, pero es que era muy
difícil. Estaba sola en el bosque, rodeada de árboles y de piedras. ¿Por dónde
había venido? Después de observar durante un rato alrededor mío, suspiré con
alivio: ¡¡Uff!! Había encontrado el camino de vuelta.
Empecé a andar tan contenta. ¡Qué poco
rato había estado perdida! ¡Qué suerte!
Sin embargo, me quedé sorprendida al
llegar ante unas grandes rocas que no recordaba nada de nada. No tenían forma
de seta, ni siquiera de champiñón. ¿Dónde estaba ahora?
Mientras, el resto de la familia se
había dado cuenta de que llevaban mucho tiempo sin verme, y habían empezado a
buscarme convencidos de que estaba cerca de allí. La primera en ponerse
nerviosa fue Kai, que no paraba de ladrar.
Las grandes rocas formaban una extraña
figura como de serpiente, una serpiente gigante, eso sí. Y la última de ellas
acababa en una punta redondeada que se continuaba con una línea de piedras
medio enterradas en el suelo que parecían un camino. Como no sabía hacia dónde ir, empecé a
seguirlo. Claro, que algunas piedras apenas se veían, y tenía que quitarles la
tierra de encima con la punta de mis deportivas. ¡Qué aventura! ¿A dónde me
llevaría el misterioso camino empedrado?
Me llevó al pie de una montaña enorme,
hecha de rocas redondeadas, sin apenas árboles ni hierba. Me recordaba a las
películas de indios y vaqueros.
Pero, ¿qué era aquello? En una de las
rocas que tenía más cerca había algo escrito. Casi no lo entendía, porque
estaba muy sucio y borroso. A ver, a ver: “MANSIÓN DEL DIAMANTE GORDO”. ¡Ahí
va, si me voy a hacer rica! Me parece raro, no tiene pinta de museo: “MANSIÓN
DEL GIGANTE BORDO”. Pues anda que ahora. Si los gigantes no existen... Sí, pone
eso, no hay duda.
CAPITULO V
¡Un gigante! Con las ganas que tenía de
conocer uno. ¿No será una broma de algún gracioso? Ahora que lo pienso, seguro
que sí. ¿Cómo van a existir los gigantes? Si me lo dice mi madre todos los
días...
Espero que papá y mamá me estén buscando, y a
ver si me encuentran ya, porque en el fondo tengo un poco de miedo. ¡Puff!,
como haya un gigante de verdad, no me van a creer, seguro, seguro.
Así era: mis padres, mis abuelos, Santi
y Kai ya habían empezado a buscarme en serio, ¡y estaban más asustados que yo!,
pero porque no me encontraban, no porque hubieran visto un gigante. Y, claro,
como nadie les había enseñado nunca a seguir las huellas de pisadas... En ese
momento, un buen guía indio les habría venido muy bien.
Me pareció oír música. ¿Música? ¿Aquí?
Cuando oigo música no me puedo contener, mi cuerpo se mueve solo, me siento tan
ligera como una mariposa. ¿Suena dentro de la montaña? Sí, suena dentro, pero,
¿cómo se entra?.
Empecé a tocar la roca buscando una
manivela, o algo parecido, porque si allí había un gigante que oía esa música,
no podía ser muy malo. ¡Ya está! Al tocar la inscripción, se hundió hacia
dentro y, con un suave movimiento, una roca se deslizó sobre otra, dejando un
enorme hueco, tan enorme como un elefante..., ¡ o dos!.
En el interior había un jardín con las
flores más bonitas que había visto nunca (y eso que había visitado el Real
Jardín Botánico de mi ciudad con mis
compañeros de clase), el sol brillaba, y seguía oyéndose esa fantástica música.
Pero yo seguía fuera. No me atrevía a entrar.
CAPITULO VI
La música sonaba rítmicamente. No
entendía mucho, pero parecía un solo instrumento.
Al final, me decidí a entrar.
Cuando lo hice, sonó un suave chasquido,
y la puerta se cerró sola, quedándome allí dentro con cara de asombro, mirando
todo a mi alrededor.
Y entonces, le vi. Estaba sentado al pie
de un árbol (sí, de un árbol), tocando una flauta enorme. Pero es que él era
más enorme todavía. Tenía la cara más bien redonda, ojos con grandes pestañas,
dos orejas puntiagudas con dos o tres pelos en cada una y una bonita melena
color naranja. Su cuerpo era peludo, y sus manos y pies no necesitaban guantes
o zapatos. Parecían fuertes y resistentes, ¡ y también tenían pelos!.
-
Hola, me llamo Bordo. ¿Cómo
has entrado?
Os aseguro que casi me desmayo del
susto. ¡ Vaya voz tan potente! Y yo que creía que no me estaba viendo mientras
le observaba con tanto detalle, sin hacer ningún ruido.
-
Bu..., buenas. Me llamo Tina.
He entrado por esa puerta. Es que me he perdido, he oído una música muy bonita, he buscado la
entrada, y...
-
Ya sabía yo que el día que
quitara los árboles de delante de la puerta iba a poder verla cualquiera.
¡Hasta una niña pequeña como tú!
-
¿Por qué quitaste los
árboles?
-
Eran muy bonitos, y ocultaban
la entrada perfectamente, pero sus raíces habían llegado hasta mi jardín y mis
plantas y árboles frutales se estaban quedando sin agua. Así que tuve que
elegir. Pero los llevé a otra zona del bosque para plantarlos de nuevo. Soy
gigante, pero no soy tan egoísta (¿de qué me sonaba a mí eso?). Además, era una
familia completa: el padre, la madre, dos hijos y el abuelo. No, no podía ser
tan cruel.
-
Oye, gigante, digo, Bordo,
¿vives entonces aquí?.
-
Sí. Esta es mi casa, el
interior de toda esta montaña. Hay zonas donde tengo luz del sol porque hay un
hueco arriba, ¿lo ves? _ y dirigió sus grandes ojos hacia el cielo.
Tina estaba tan entretenida escuchando
al gigante, que no se daba cuenta de que las horas iban pasando y su familia
continuaba buscándola sin descanso.
CAPITULO VII
El más nervioso de todos, por lo visto,
era papá. Había cogido el teléfono móvil del bolsillo de su camisa y se le
había caído al suelo dos veces, para luego comprobar que no tenía cobertura,
así que se fue al coche acompañado de mamá, más que nada para asegurarse de que
en un tiempo razonable llegase al pueblo más cercano, que estaba a dos
kilómetros, y no se perdiera dando vueltas por caminos forestales.
Mientras tanto, los abuelos y Santi,
acompañados de la fiel Kai (que hasta
ahora había sido la más lista, pues había sido la primera en darse cuenta de mi
ausencia, y cuando todos andaban como locos buscándome, ella se tumbó al lado
de un árbol a ver las idas y venidas de unos y otros) se quedaron en el claro.
Fue Santi quien descubrió algunas de mis pisadas, quizá porque un niño
de nueve años está más acostumbrado a investigar y descubrir cosas que sus
abuelos.
-
Mirad. Esto son huellas
pequeñas, y en la suela de las deportivas de Tina hay una pezuña en relieve.
Seguro que son estas. Vamos a seguirlas.
-
De eso nada _ dijo el abuelo
_ Yo de aquí no me muevo. Y vosotros tampoco. Hay que esperar a que vengan tus
padres. Han ido a pedir ayuda. A ver si nos vamos a perder también nosotros.
-
Es verdad, Santi _ dijo mi
abuela _ En cuanto vengan, les contamos
lo que has descubierto, pero ahora tenemos que esperar aquí.
Menos mal que tardaron poco en llegar
con dos guardias civiles, que llevaban unos intercomunicadores chulísimos, e
hicieron dos grupos: en uno iba el guardia más joven con el abuelo, papá y Kai;
en el otro iba el guardia más mayor, con mamá, la abuela y Santi. Pero Kai
decidió cambiarse de grupo, lo cual fue decisivo para encontrarme, ya lo veréis.
El grupo en el que iba Santi, comenzó a
seguir las pequeñas huellas de pisadas
con una garra en su interior.
CAPITULO VIII
El gigante estaba encantado con tener
visita. No recordaba haber enseñado
nunca a ninguna niña su casa ( bueno, a ningún ser humano). Sólo se la había
enseñado a otros gigantes.
-
¿Tienes amigos gigantes como
tú? _ pregunté asombrada, imaginándome a Bordo con varios amigos, o con novia.
-
Claro, dentro de cada montaña
vive un gigante, o una familia entera. A veces viven incluso los abuelos y los
tíos, y entonces se van a vivir a una cordillera, para estar más cerca unos de
otros.
-
¿ Y tú? ¿Por qué vives solo?
-
Porque ya soy mayor, y me he
independizado de mis padres. Pero tengo dos hermanas, y sobrinos, ¡Buff!, a veces son demasiada familia para la
tranquilidad que a mí me gusta.
-
Yo también tengo un hermano.
Se llama Santi. Y tengo una mamá, un papá, un abuelo, dos abuelas, tíos,...
-
Para, para, no sigas. Ya veo
que no estás sola en el mundo. Oye, ¿ tienes hambre?
-
Sí, mucha, aunque te advierto
que soy un poco lenta comiendo. ¡ Voy a la velocidad de las hormigas! Eso dicen
mis padres.
-
No importa. No hay prisa.
Tenemos todo el tiempo del mundo. ¿ Te gusta cocinar?
-
Me encanta. Santi y yo
ayudamos mucho a mamá a hacer la comida y la cena, sobre todo cuando hay
besamel y mamá nos deja comernos la que se queda pegada a la cuchara.
-
Eh..., bueno, no te he dicho
que yo sólo como fruta y verdura. ¿ Ves mi jardín? En él siembro todo aquello
que necesito para alimentarme. Hay coliflores, lechugas, tomates, berenjenas,
calabacines, repollos, puerros, calabazas..., y árboles frutales. Gracias a
ellos tengo peras, manzanas, nísperos, naranjas, cerezas..., tengo incluso un
pequeño invernadero con frutas como chirimoyas, plátanos, papayas, mangos y
kiwis.
-
A mí la verdura no me gusta
mucho, y la fruta..., depende.
-
¡Ah, ya sé! Prefieres la
pasta, los dulces, las hamburguesas y cosas semejantes. Para eso tenías que
haberte encontrado con “ La casita de chocolate” del cuento, porque aquí no hay
nada de eso, y te aseguro que no me hace ninguna falta. Tengo un estómago a
prueba de bombas y estoy lleno de energía. Toca, toca _ y me acercó uno de sus
brazos para que notase lo fuerte que estaba, como si no se notara a siete
leguas.
-
Sí, estás muy fuerte, pero
sigue sin gustarme la verdura.
-
Cuando pruebes mi menú, verás
como cambias de opinión _ dijo el gigante con un guiño.
Y siguieron hablando un buen rato
mientras el tiempo seguía pasando.
CAPITULO IX
El grupo en que iba Santi, seguía mis
huellas con algunas dificultades, así que hubo un momento de confusión en que
no supieron hacia dónde ir, y decidieron tomar una dirección totalmente opuesta
a donde yo me encontraba.
Mientras tanto, en la casa de Bordo, lo
primero que empezamos a hacer fue recoger fruta y verdura de la huerta para
lavarla y poderla comer.
La verdad, no sé si era su compañía,
pero entre bromas, historias familiares y anécdotas, la cena me pareció
bastante buena.
-
¿ Tú eras la que comía a la
velocidad de las hormigas? Pues las hormigas que yo conozco son mucho más
lentas que tú. A tí te veo bastante rápida.
-
Es verdad. En casa me quedo
como boba mirando la tele mientras como, y he oído tanto decir que a los niños
no nos gusta la verdura, que a veces no quiero ni probarla. Hay que hacer caso
a los mayores.
Tina se llevó una mano a la boca y
emitió un suave bostezo, pero no de aburrimiento: es que ya tenía sueño.
Bordo arregló su habitación, y llevó a
su amiga a la cama. El prefirió quedarse en el jardín pensando cómo iba a arreglárselas al día siguiente
para llevar a Tina a su casa.
CAPITULO X
Papá, mamá y los guardias, se
comunicaban en ese momento por radio para comparar sus escasos descubrimientos.
No encontraban ninguna pista fiable. Sólo Kai continuaba, infatigable, oliendo
todo lo que pillaba, hasta que, de repente, su colita se puso a bailar a un
ritmo “supersónico”.
-
¿ Qué te pasa, Kai? ¿Estás
nerviosa? _ Santi siguió a la perrita a lo largo de un pequeño sendero _ Ven, Kai, nos vamos a perder.., pero, ¿ qué
es eso? Kai, no corras tanto, espera... _ y echó a correr tras ella, seguro de
haber visto a lo lejos una pequeña luz parpadeante.
Llegaron al pie de una enorme montaña,
hecha de rocas redondeadas, y entonces Santi vio la inscripción: ” MANSIÓN DEL
GIGANTE BORDO”. Dio unos pasos hacia delante y vio un hueco en la roca. Era
como una puerta abierta que invitaba a pasar. Se asomó, un poco asustado, y
encontró, colgado al lado de la puerta, por dentro, un enorme farol. ¡ Parecía
el farol de un gigante!
¿ Dónde estaba Kai? Miró a su
alrededor, pero no estaba. ¿Habría entrado por la extraña puerta? No le quedaba
más remedio que averiguarlo.
Con paso indeciso, entró en lo que
pensó que era una cueva, pero en su lugar encontró un hermoso jardín. La
perrita salió, muy contenta, de un pasillo, al fondo, y con sus gestos hizo
entender a Santi que le siguiera. Como no parecía haber peligro, éste comenzó a andar con paso decidido, y
entró en una habitación “gigante”, donde había una enorme cama con un bulto
encima envuelto en una sábana.
Cuando Kai saltó encima de la cama, se
oyó la voz de Tina:
-
¡Ay, Kai, bájate, no seas
pesada! Todavía no es de día. Que te
saque Santi..., yo te saqué ayer..., ¡Kai! ¿Kai? _ Tina abrió los ojos, y dio un abrazo a su
perra _ ¿ Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?
-
Con la ayuda de tu sagaz
hermano. Toda la familia te está buscando, incluso con varios guardias civiles, pero te he
encontrado yo, Santi “ el intrépido”.
-
¡¡ Guau!! _ ladró Kai un poco
enfadada.
-
Bueno, “Santi el intrépido y
la valiente perrita Kai”, porque si no llega a ser por su instinto... _ añadió
Santi acariciando la cabeza de su amiga.
-
Muy bien, habéis sido muy
rápidos, pero no me habéis dado tiempo de conocer mejor a Bordo, ni tampoco me
ha presentado a su familia, sólo he comido verdura una vez, y no he aprendido a
tocar la flauta gigante.
Santi miraba a su hermana como si ésta
hubiese perdido la cabeza.
-
No me mires con esa cara. No
estoy chiflada. Bordo es un gigante, se habrá quedado dormido por ahí y por eso
no le has visto. Vamos a buscarle y te lo presentaré.
-
Tina, despierta, que estás
soñando todavía, y vámonos rápido que deben estar buscándonos a los dos.
Tendrán un disgusto enorme al ver que yo también he desaparecido.
-
Ya hemos desaparecido tres,
contando a Kai, pero lo importante es encontrar a Bordo, a ver qué podemos
hacer ahora _ y con paso decidido salió de la habitación, seguida de Santi y de
Kai, que no entendían nada.
CAPITULO XI
-
Después de buscar en varias
habitaciones, encontraron al gigante. Estaba cosiendo dos pequeñas mochilas que
había sacado de un gran baúl.
-
Hola Tina, hola Santi. Veo
que has sabido guiarte por el movimiento de mi farol. En este baúl guardo cosas
que me encuentro en el bosque, y estas dos mochilas debieron perderlas unos
montañeros. Las voy a llenar de fruta para que podáis comerla en casa con toda
la familia.
Santi le miraba boquiabierto. ¡ Un
gigante! ¡ Un gigante cosiendo! ¡Qué guay cuando se lo contara a sus amigos!
Iba a ser famoso, a salir en la tele..., todas las chicas de la clase querrían
su autógrafo. ¡ Qué suerte la suya!
-
Oye, Bordo, _ dijo Tina _ ¿ y si nos quedamos aquí a
vivir contigo unos días?
-
Imposible. Los adultos no lo
entenderían. Saldríais en todos los medios de comunicación. Se hablaría de
secuestro, de asesinato, de terribles gigantes que se comen a los niños y de
monstruos escondidos en el bosque. Mi familia estaría en peligro. Tenéis que
volver.
-
Pero _ comenzó a decir Tina
entre sollozos _ yo quiero ser tu amiga, y si nos vamos, no te veremos nunca
más.
-
¡ Jo! Con lo que molaba tener
un amigo gigante _ añadió Santi.
-
No os preocupéis, amigos.
Seguiremos viéndonos. Cuando os acostéis todas las noches, justo antes de
dormir, pensad en mí profundamente. Desead con fuerza que en vuestros sueños
vivamos fantásticas aventuras, y así será. Yo me propondré lo mismo, y todas
las noches nos reuniremos para salir a descubrir otros mundos y hacer nuevos
amigos.
-
¡ Qué buena idea! Pero, ¿
sólo podremos verte por la noche? ¿ Y si necesitamos contarte algo por el día?
_ preguntó Santi.
-
Bueno, en ese caso..., ¡
esperad! _ y el gigante salió de la habitación, volviendo al instante con un
hermosa piedra de río del tamaño de un espejo de mano, mitad blanca y mitad
negra. Bordo la separó en dos partes y le dio una a cada hermano _ Cada una de
estas partes representa la dualidad. El mundo está hecho de parejas:
blanco-negro, positivo-negativo, noche-día, mujer-hombre..., y ambas partes son
necesarias para que nuestro mundo exista. Llevadlas siempre con vosotros, y
cuando realmente me necesitéis, unidlas, y allí estaré para ayudaros. Pero
cuidado dónde lo hacéis, necesito un sitio un poco grande para aparecer. No
creo que quepa en vuestra habitación, y puedo provocar un gran desastre si
aparezco en lugares que no son de mi tamaño.
-
Muchas gracias, Bordo, _ Tina
estaba encantada con su parte negra _
nos acordaremos siempre de lo grande que eres.
-
Sí, y también de llamarte sólo cuando realmente te
necesitemos _ dijo Santi acariciando su parte blanca.
-
Bien, pequeños, es hora de
irnos. Os acompañaré hasta una zona del bosque donde os encontrarán fácilmente.
Coged vuestras mochilas, vamos a por la fruta, y ¡andando! .
CAPITULO XII
Salieron de la montaña de Bordo un poco
tristes, pues habrían deseado conocer más a fondo a su amigo, pero ya tendrían
tiempo... Santi sujetó su piedra con fuerza y siguió los pasos del gigante, que
con su farol alumbraba el camino produciendo un haz de luz que iba despertando
a todos los animalitos del bosque a su paso.
Llegaron a un claro. Kai estaba
inquieta, no paraba de dar vueltas de un lado para otro. Bordo miró a sus
nuevos amigos a los ojos, y sin decir una palabra ( porque si lo hubiese
hecho, habría empezado a llorar, y los
gigantes son muy vergonzosos) desapareció en la espesura del bosque.
Kai empezó a ladrar. Se oían voces.
Santi y Tina se enjugaron las lágrimas y miraron entre los árboles. A lo lejos,
varias luces se acercaban.
-
¡ Mamá, papá! _ gritaron al
unísono.
El bosque se llenó de risas y abrazos .
Los guardias avisaron a sus compañeros de que los niños habían sido
encontrados. Llegaron los abuelos, y comenzaron de nuevo las lágrimas .
Tina y Santi estaban a salvo, volvían a
casa, pero las aventuras no habían hecho más que empezar.
FIN
Elena Martín